Asociación por la Unidad de Nuestra América
Libro
El Papel de las Mujeres en las Luchas de América Latina
Tania Jimena Hernández Crespo*
Soy María, soy Guadalupe, soy como tú, como tú, o como tú, como otras tantas de las mujeres que luchan, de las mujeres que lloran, de las mujeres que aman. Yo fui parte del botín cuando se cometió el ultraje, fui violada por las bestias que invadieron nuestros pueblos, soy la madre taciturna que parió al nuevo mestizo, que ha visto morir el día, ahogado con nuestra sangre. Vi los soles de mis hijos derramarse en los cadalsos, vi su sangre confundirse con el agua de los mares, he llorado por mil siglos, he derramado mi angustia. Soy tan sólo una mujer y esa es mi gran virtud, el ser altiva y hermosa porque soy la historia nueva, soy la patria, soy la flor, revolución, soy vida, soy muerte…
Anónimo
En tiempos en que se ha vaciado de contenido a muchas de las luchas de mujeres en América Latina, en que la experiencia como movimiento social, político y filosófico instala algunas en el espacio estanco de “lo posible”, a otras en la necesidad de transitar el camino de “pensar lo no pensado” de la mano de una historia y una genealogía de mujeres; y a muchas, a iniciar su camino de construirse mujer en la desmemoria y la permanente apelación a la amnesia histórica, que obliga a comenzar eternamente de cero. Instaladas, así, unas y otras en una encrucijada, no de fin de siglo ni milenarista, sino de revisión profunda de nuestras propias prácticas políticas y de nuestros deseos de cambio y de futuro. Volver a aventurarse a mirar la historia como un gran espejo que nos devuelva lo que hemos sido y lo que somos, nos coloca en la posibilidad de aprehender nuestra memoria y reubicarla en el centro de nuestra identidad y nuestras preocupaciones actuales.
Hablar del movimiento de mujeres y del feminista en tanto objeto histórico es asumir que se constituye como experiencia histórica a partir de un tramado de grupos y organizaciones que comparten una identidad colectiva, una suerte de cultura común —sumergidas en las prácticas cotidianas. En su devenir histórico el movimiento ha experimentado nuevas pautas culturales, nuevos sistemas de significación que con frecuencia se han opuesto a los de las relaciones sociales dominantes; por ejemplo, las maneras de vivir la sexualidad, el sentido de la democracia o la misma relación con la naturaleza, entre otros, se expresarán en nuevas formas de comportamiento frente a las cuales el viejo orden se resiste. Y en esa resistencia se juegan las fricciones y fragmentaciones del propio sujeto, que sucumbe a ellas, se divide, se multiplica, se atomiza y se polariza, abriendo un abanico nuevo de posibilidades. En otras palabras, no nos constituimos las mujeres como “sujetas” de la historia de una vez y para siempre, somos mutables y contradictorias en nuestra existencia y en nuestras memorias, en las palabras y en los gestos, en tanto vivimos y navegamos entre las oscuras aguas de un sistema que por naturaleza nos excluye, nos acecha y nos convoca a la amnesia.
Por ello, hablar del movimiento de mujeres, del movimiento feminista y su historia es reconocer la existencia de un conflicto: la exclusión, a partir del cual se articula y desarticula en distintos momentos históricos. Es reconocer la existencia de una “política sexual”, de la necesidad de una “habitación propia” y de un “no creas tener derechos”; sabiendo que no se nace mujer si no que nos construimos en este largo y contradictorio deseo y voluntad de ser y estar en el mundo. Es intentar hacer un análisis, no desapasionado, de lo que ha significado un movimiento que por más de un siglo ha puesto su energía, sus estrategias y sus conocimientos en el ámbito de lo público, intentando buscar un espacio, colarse por los intersticios del poder, negociar con él, diluyendo el cuestionamiento y la rebeldía que le son más propios.
Es intentar reflexionar sobre las demandas, los temas, la cooptación de ideas y personas que viene agazapada después de cada supuesto triunfo, de cada supuesta negociación, supuesta conquista que nos deja instaladas en el espejismo, en la desintegración y muchas veces en la desesperanza.
Una estrategia, tal vez la más experimentada por el movimiento a lo largo de su historia, ha pretendido “integrar a las mujeres a la vida política” en igualdad de condiciones o de oportunidades, colocando el énfasis de la igualdad, en la posibilidad de acceder a espacios de poder y decisión social, el llamado “empoderamiento”, para desde allí irradiar a toda la sociedad, y a todas las mujeres, en particular. El acceso a los distintos Parlamentos, a los Gobiernos y en la última década, a los distintos foros internacionales, ha sido parte de esta estrategia; así como la inclusión de una “agenda con las necesidades prácticas y estratégicas de las mujeres” a ser trabajada a nivel estatal y de los organismos, tanto de cooperación financiera como técnica, a nivel mundial, en un proceso permanente de negociación con las diferentes instancias nacionales e internacionales.
Si buscamos ejemplos en la historia, podremos observar cómo el movimiento de mujeres de la primera mitad del siglo XX, trascendió por el sufragismo y el acceso de las mujeres a la ciudadanía; no obstante si se hiciera un paralelo con la actualidad, era un movimiento que encerraba una propuesta mucho más rebelde y global, que sólo el ejercicio de la ciudadanía. De hecho, en la mayoría de los países latinoamericanos, planteaba prácticamente las mismas reivindicaciones que encontramos en todos los foros nacionales e internacionales, como larga lista de derechos: igualdad de acceso al trabajo, a la educación, a la salud, por mencionar algunos. La visión mayoritaria derivó en el acceso a la ciudadanía como el objetivo principal, a través del cual se conseguiría la tan anhelada “integración social” que posibilitaría transformar en conquistas las otras reivindicaciones. Poca agua ha corrido bajo el puente; aún en la mayoría de los países el reconocimiento oficial a los derechos de la mujer no pasa de ser una fórmula discursiva, cada vez que hay que referirse al “tema”.
La actualidad de las mujeres en América Latina no puede comprenderse sin la condición de sujeción a un orden social, económico, jurídico, opresivo e injusto, basado en muchos casos en el género, que conforma la sexualidad y determina nuestras vidas. Así pues, la dominación hacia las mujeres se articula con otras formas de dominio nacional, clasista, racista, étnico, etario y otras, forma parte de ellas, converge en su reproducción y encuentra soporte para su propia creación. Así, en todos los espacios, aunque sean explotados y subordinados, los hombres son poderosos frente a las mujeres. Por eso aún sometidos, conservadores, liberales, de izquierda, de base o dirigentes, comprometidos o enajenados, se aferran a su derecho “natural” de dominio. Los varones detentan y ejercen el poder. En cambio las mujeres en todos los niveles sociales están cautivas. Esto según Marcela Lagarde[1], es por que han sido privadas de autonomía vital, de independencia para vivir, del gobierno sobre sí mismas, de la posibilidad de escoger y de la capacidad de decidir sobre los hechos fundamentales de sus vidas y del mundo [2].
La doble (o triple) opresión a la que estamos sujetas las mujeres, nos mueve a replantear el compromiso desde las diferentes luchas de liberación que se están gestando en América Latina, pensar nuevamente en la liberación de las mujeres no sólo como la cuestión aplazada, sino como sujetos emergentes que son quienes están configurando una nueva alternativa y un nuevo paradigma al neoliberalismo.[3] Las mujeres conforman un sujeto histórico creciente en su crítica al orden patriarcal y en su permanente construcción cotidiana de la alternativa de género feminista que busca crear un espacio paritario, justo y de libertad para las mujeres y los hombres.[4] La participación de la mujer ha sido de suma importancia en los movimientos sociales; de acuerdo con Martha Lamas[5], casi el 80 por ciento de las feministas provienen de la izquierda.
Para poner en práctica cualquier reflexión que surja de movimientos socio-político-culturales, no es necesario contar con cambios legislativos o de estructura económica. Estos cambios al sistema político vigente son necesarios para garantizar la existencia de los cambios reales, pero para lograr cambios reales, no se necesita cambiar al poder, sino a la sociedad. No podemos cambiar todo el mundo, pero al menos sí el pequeño mundo que nos rodea. Lo interesante, es cuando ese pequeño mundo empieza a crecer[6].
La democracia, y por lo tanto las luchas democratizadoras, deben ser asumidas no sólo como régimen político o como una forma de gobierno, sino como un estilo de vida que debe impregnar la actividad cotidiana de toda la ciudadanía, de manera permanente. En este sentido, la democracia debe ser vivida en todos los ámbitos de la vida social como el familiar, laboral, escolar, político, cultural, etc. Implica, por lo tanto, una serie de derechos y obligaciones tomando como marco de referencia valores tales como la libertad, paz, respeto, tolerancia, igualdad, equidad, justicia, solidaridad[7].
El conocido hecho del primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, realizado en Bogotá, Colombia, en 1981, en que un pequeño grupo de mujeres, reunidas en función de su opresión, instaló en el imaginario colectivo, el 25 de noviembre, como Día Internacional Contra la Violencia hacia las Mujeres, generando un proceso abierto de instalación en el mundo de lo público del mecanismo de dominación más brutal de las mujeres, politizando los conflictos que se originan en el mundo de los afectos y en la construcción social. No fue un grupo de expertas, fue desde una concepción balbuceante de movimiento y desde la rebeldía histórica de las mujeres.
Moscovici menciona que desde hace veinte años, poco a poco, ciertos grupos de edad y sexo (mujeres, jóvenes, estudiantes) y otros calificados antaño como “desviantes” comenzaron a abandonar su papel de espectadores para tranformarse en actores sociales y afirmarse en el mundo político y cultural.
La democracia de género se basa en el reconocimiento de las especificidades de cada quien, en la igualdad entre los diferentes, en el establecimiento de diálogos y de pactos, en la equidad y la justicia para reparar los daños cometidos contra las mujeres y los oprimidos. La democracia genérica tiene como sentido la libertad en plenitud para todas y todos. Implica un pacto político abarcador de lo público y lo privado. De ahí la importancia de la reivindicación de las feministas chilenas: Democracia en el país y en la casa. Para lograrlo debemos promover las relaciones de solidaridad y cooperación, la igualdad de oportunidades, la distribución equitativa de los bienes, así como la participación política como vía para asegurar la democracia política.
Curiosamente hoy hablamos de feminismos y reconocemos la existencia de variados y distintos planteamientos, pero ha sido difícil llegar a esto en un período en que la apuesta central ha tendido a hegemonizar el discurso, agazapada tras un aparente ejercicio de diversidad, pluralidad y democracia.
Cuando ejercitamos el derecho a autonombrarnos y escogimos un apellido para nuestro feminismo: la autonomía, lo hicimos desde la voluntad de la existencia, en oposición a y desde diversas prácticas políticas; queríamos desde el discurso, recuperar la fuerza y la capacidad de asombro, la rebeldía y por qué no decirlo, también la insolencia frente a tanta mesura.
En este contexto surgieron las Cómplices, como propuesta política y filosófica en Chile y México en el transcurso de 1993, como la confluencia de procesos distintos, pero con la idea central de reconocer que existen distintos feminismos, explicitar las diferencias, autonombrarnos y apostar a la construcción de un espacio feminista desde la autonomía y la radicalidad.
Recorrer los textos pasados, los recuerdos, la historia como ejercicio cotidiano y de memoria activa, estuvo presente en ese ensayo de otra posibilidad en el hacer desde el ejercicio de la libertad... “Libertad para no estar de acuerdo, para desencontrarnos y para volver a armar los fragmentos de nuestro ser colectivo... libertad para escudriñar sin miedo nuestras historias y hacernos cargo de todos sus desafíos”. (“Otra cosa es con historia o ¿con qué historia es otra cosa?”).
Recuperar la posibilidad de la libertad y la rebeldía creadora en lo íntimo, lo privado y lo público. No de las otras, sino de nosotras y a partir de allí comenzar a cuestionar el andamiaje instalado que sostiene la lógica del dominio en todos los ámbitos de la vida. Partir del desafío de resignificar lo público, donde lo político sea desde la experiencia histórica de las mujeres y no desde otros intereses y, en aquellos aspectos que están limitando y cercenando su posibilidad de libertad. Sólo de esta manera se podrá impedir que se vuelva a parcelar y fraccionar esa experiencia concreta que significa ser mujeres, pues con ello se pierden las pistas para abordar y transformar la realidad desde otra lógica y desde otra visión e interpretación de la realidad.
Esto sólo es posible realizarlo en colectivos que nos permitan problematizar, cuestionar, reinventar y promover otros valores éticos en las relaciones humanas, en los distintos ámbitos en que se desenvuelven las personas. La experiencia de opresión y desigualdad permanente debiera hacer que los grupos humanos valoraran de otra manera las diferencias que existen en la sociedad, no como carencias sino más bien como la riqueza de ser “un o una otra” legítimo/a en la vida social, desde la propia experiencia. Así, la capacidad de las sociedades de expresar y asumir esas diferencias sería el primer recorrido para construir otras formas de convivencia humana, entre hombres y mujeres y con el mundo.
La posibilidad de retomar la palabra y el gesto pasa por una revisión profunda de nuestra historia de mujeres, revisar práctica y discurso, los fracasos, pero también tomar de la mano nuestras profundas rebeldías y nuestros deseos de cambiar de signos la historia y la vida, aunque no esté de moda en estas sociedades sumergidas en la desmemoria.
Cuando las personas no se pensaron más como sujetos obedientes a Dios, emperador o monarca, la noción de ellos como individuos, personas o pueblos, capaces de ser ciudadanos activos en un nuevo orden político, se pudo comenzar a desarrollar.[8] Para el caso de las mujeres como género cuando éstas no se piensan como sujetos dependientes de los otros, o mejor dicho cuando se dejan de percibir como objetos de los sujetos, pueden desarrollar la noción de sujeto femenino capaz de transgredir el orden con propuestas democratizadoras. La constitución de las mujeres como ciudadanas implica transitar de la dependencia a la autonomía, de la sumisión a la transgresión, del miedo y la culpa a la asertividad, de la negación a la afirmación. La ciudadanía es un derecho, pero fundamentalmente un ejercicio.
Otras Publicaciones de AUNA México
Página Principal de AUNA México
* Licenciada en Psicología por la UNAM, estudiante de posgrado en Ciencia Política, FCPyS / UNAM.
[1]Lagarde, Marcela, (1993) “Los cautiverios de las mujeres”, en García Ramírez, Mayela, Entre las prohibiciones o los derechos o cómo ser ciudadanas y no morir en el intento.
[2] A este respecto Martha Lamas (1986) menciona que “a pesar de que la posición de las mujeres, sus actividades, sus limitaciones y sus posibilidades varían de cultura a cultura, parece ser que lo sí se mantiene constante es la diferencia entre lo concebido como masculino y lo concebido como femenino, donde a lo primero se le atribuye un estatus mayor que a lo segundo”. Lamas menciona que los papeles o roles sexuales serían asignados en función a la pertenencia de uno u otro género (Roles de género masculinos y femeninos). Véase Bustos Romero, Olga, “Los estudios sobre la mujer y la categoría de género en la investigación”, ponencia presentada en el Primer Coloquio sobre Problemas Teórico-Metodológicos acerca de los estudios de las mujeres y de los géneros en la UNAM, PUEG, México, noviembre de 1991.
[3] Patricia Camacho, (1997) “Mujeres, desarrollo, pobreza y liderazgo”; en Doble Jornada, 1 de septiembre de 1997.
[4] Según Cecilia Loria, feminista mexicana, psicóloga, que trabaja en el Grupo de Educación Popular con Mujeres (GEM) y en el Movimiento Ciudadano por la Transición Democrática en México, las opciones en las que ahora participan las mujeres son: 1) organizaciones conservadoras relacionadas con la Iglesia; 2) grupos, frentes y organizaciones ciudadanas que aglutinan a mujeres de diversas filiaciones ideológicas, partidarias, agrupando sobre todo a mujeres que luchan por la transición democrática; 3) las mujeres que directa o indirectamente participan en el EZLN, las que han tomado las armas, las que han protegido y acompañado de diversas formas al zapatismo, las encargadas de la solidaridad y denuncia, y 4) el movimiento feminista y de mujeres, quienes buscan integrar en los diversos ámbitos la perspectiva de género.
[5] La Jornada, 7 de diciembre de 1994, p. 33.
[6] Emanuel Gómez Martínez, (1998) “Bases zapatistas para un desarrollo alternativo”, ponencia presentada en el Congreso Nacional de Sociología.
[7] Bustos Romero, Olga, “Contradicciones entre democracia y sexismo. Análisis de un texto de educación cívica y cultura política”, UNAM, Sociedad Mexicana de Psicología Social.
[8] Held, David (1993), Democracy: From City-states to a Cosmopolitan Order, Stanford University Press, citado en García Ramírez, Mayela, Op. cit.

No hay comentarios:
Publicar un comentario